Palabra de hada | #OrigiReto2020 relato de enero

«En menudos líos me meto por complacer a un chico guapo», pensó Eric mientras intentaba subir por la pendiente rocosa de la montaña.

Hacía poco más de unas semanas que había arribado al continente en el barco que le prestó el pueblo feérico. Tal y como le prometieron, el navío viajó raudo y sin contratiempo, ajeno al viento y las mareas, impulsado por la magia de las hadas. La travesía desde Avalón había durado menos de un día. Esa fue la parte sencilla de la misión. Desde entonces había recorrido bosques llenos de alimañas y bestias, caminos frecuentados por ladrones y terrenos montañosos de naturaleza hostil.

Recordaba su estancia en Avalón como un sueño empañado, una suerte de encantamiento que no termina de ser real, pero tampoco era falso. El tiempo en la tierra de las hadas transcurría de manera distinta al de los humanos, era como estar atrapado en una bruma neblinosa, una realidad irreal.

Recordaba a Tristel, el príncipe de los hados, su piel tan pálida que era casi transparente, sus alas membranosas que brillaban en infinitos colores. Podría culpar a la magia de las hadas por haber caído en sus brazos, pero sabía que solo se estaría engañando a sí mismo.

—Mi padre era humano, como tú —confesó un día el príncipe, tumbado junto él en un jardín de verdoso esplendor—. Al igual que mi hermana.

A Eric no le sorprendió, no era la primera historia que escuchaba acerca de hadas que se acercan a humanos y quedan encintas, dando como resultado niños que no son del todo hadas, niñas que no son del todo humanas… nunca se podía predecir la mezcla.

—¿Dónde se hallan ahora? —quiso saber el joven guerrero.

—Lejos de aquí, pues Avalón no es hogar para humanos.

El chico asintió. Lo sabía, pero eso no logró evitar que sintiera una punzada de tristeza en su corazón.

—¿Ni siquiera para humanos apuestos con los que el príncipe se encapricha? —tanteó, a modo de broma, pero escondiendo cierta esperanza en sus palabras.

—Echarías de menos tu hogar y nunca podrías regresar —advirtió el príncipe Tristel.

—No hay nada allí que pueda echar de menos —aseguró el guerrero. El príncipe le miró a los ojos, clavando en él su mirada cristalina.

—Si eso es cierto, hagamos un pacto.

—La Buena Gente y sus pactos —rio Eric, pero escuchó la petición.

—Mi hermana se encuentra encerrada en una torre y custodiada por un dragón. Si la rescatas, podrás regresar y quedarte a mi lado. Pero hasta que no lo logres, no serás capaz de regresar a la isla de Avalón —sentenció. Así, el humano partió poco después de aquella conversación.

«Esperemos que ese dragón no sea para tanto», pensaba en aquel momento Eric, cuando se hallaba cerca de su destino.

En cuanto alcanzó la cima de la montaña, la torre apareció ante sus ojos. El guerrero se encaminó hacia ella, admirando su estructura de piedra negra y sus imponentes almenas. Pero lo que más le sorprendió fue comprobar que la torre estaba rodeada, en forma de medialuna, por un jardín con los rosales de flores más rojas que jamás había visto. Y, en la obertura de la medialuna de rosales, se hallaba la entrada.

—¿Quién va? —preguntó una mujer amazona cuando el guerrero se acercó.

—Soy el caballero Eric y vengo a rescatar a la dama Dulcea. Decidme dónde está el fiero dragón, pues le daré muerte.

La mujer se rio sin disimulo, aunque calló ante la mirada del joven. Tras un carraspeo, le indicó que la siguiera al interior. El patio de la torre bullía de actividad. Hasta ese momento no había reparado en ello, pues estaba más pendiente de la bestia de los cielos, pero había allí decenas de personas, casi todas mujeres y también algunos hombres, y tanto unos como otros portaban armas y armaduras, ensillaban caballos y afilaban espadas. Él y su guía subieron la escalera de caracol hasta el puesto más alto hasta que dejaron de cruzarse con guerreros.

«Lo más alto de la más alta torre, allí debería estar la dama», se dijo. Pero a aquellas alturas ya no estaba demasiado convencido de ello.

Al abrir la puerta se encontró con una mujer de rojos cabellos y ceño fruncido. Estudiaba un mapa con toda su atención y tardó unos instantes en apreciar la interrupción, que no pareció hacerle ni pizca de gracia.

—¿Y este quién es? —espetó, hablando a la amazona como si él no se encontrase delante.

—Uno que viene a rescataros —se mofó la guerrera.

—¡Pues a buenas horas!

—Un segundo, aguardad —interrumpió el confundido guerrero—. Yo estoy buscando a la doncella Dulcea, no a una mujer adulta…

—Yo soy Dulcea —repuso la mujer.

El chico se había callado porque había comprendido algo, un detalle en el que no había reparado hasta el momento y se maldijo por ello. El tiempo en Avalón transcurría de forma diferente, quizá buscaba a una niña necesitada de auxilio hacía unas semanas, pero en el mundo de los seres humanos la niña era ahora una mujer adulta. Quién sabía cuántos años habrían transcurrido para ella.

—¿Quién fue? —preguntó, desanimado—. ¿Quién fue el caballero que derrotó al dragón?

—¿Qué caballero? —repuso ella—. Pasé años entrenándome, esperando la mejor oportunidad, hasta que di muerte al dragón por mi propia mano.

La mujer señaló la ventana y el chico miró a donde ella indicaba. ¿Cómo lo había pasado por alto? Entre las rosas rojas del jardín que enmarcaba el patio de armas, se alzaba el blanquecino esqueleto de una criatura gigantesca. El dragón había muerto muchos años atrás.

—Y ahora, lárgate, ¿no ves que tengo tropas que dirigir? —le apremió la dama Dulcea.

—No puedo marcharme. —Si su viaje había sido en vano, no tendría forma de cumplir el pacto y regresar a Avalón—. Le prometí a vuestro hermano, príncipe del pueblo fae, que os rescataría.

—¿Mi hermano? —La mujer estalló en una carcajada—. Valiente sarta de estúpidas, esas hadas. Otorgan su poder y sus bendiciones únicamente bajo sus propias cláusulas y jamás tienen en cuenta las circunstancias de los humanos.

—Pero…

—¿Quieres ayudar? Agarra una cubeta, esponja y cepillo. Quedan rescoldos de pólvora por limpiar en los cañones.

El guerrero salió de allí, indignado. Sin embargo, no tenía a donde ir. Era cumplir su misión y regresar con Tristel o rendirse y volver a sus tierras, donde probablemente acabaría alistado en otra tropa no muy distinta de aquella.

Mientras rascaba el interior del cañón con el cepillo, pensó que jamás habría esperado que las cosas terminasen así. «Quizá un día, en mitad de la batalla, encuentre una ocasión para salvar a la dama Dulcea y dar mi pacto por cumplido», pensó. Le quedaba el consuelo de que sus años allí quizá serían simples semanas en la isla de las hadas. «¿Me seguirás aguardando, entonces?», se preguntó.

Una estrella fugaz brilló en aquel momento, como si el mismo cielo quisiera darle una respuesta.

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¡Hasta aquí este primer relato del año! Espero que os haya gustado aunque sea un poquito. Para los próximos meses tendré más tiempo para trabajarlos más, pero esta vez quería que la primera entrada del año fuera esta.

Este relato forma parte del OrigiReto creativo 2020, un reto de escritura organizado por Stiby y Katty. Podéis encontrar las normas tanto en el blog de la primera como en el de la segunda.

Este relato cumple los siguientes puntos del reto:

• Objetivos:
  • • Objetivo principal: Cuenta un relato en el que la magia tenga un papel importante.
    • Cuentos y leyendas: Sant Jordi
    • Criaturas del camino: Hadas
• Objetos ocultos: Flores y magia
• Milpalabrista: 1.157 palabras
• Objetivos anuales:
  • • Giratiempo: Publicado antes del día 10
    • DobleDragon: Por género fantástico
    • Tríada: Por representación L(G)BT
    • Objetivo personal: Documentación